En las vacaciones de aquel buen año había previsto visitar a la abuela Tranquilina en Aracataca, pero ella tuvo que ir de urgencia a Barranquilla para operarse de las cataratas. La alegría de verla de nuevo se completo con la del diccionario del abuelo que me llevo de regalo. Nunca había sido consciente de que estaba perdiendo la vista, o no quiso confesarlo, hasta que ya no pudo moverse de su cuarto. La operación en el hospital de Caridad fue rápida y con buen pronostico. Cuando le quitaron las vendas, sentada en la cama, abrió los ojos radiantes de su nueva juventud, se le ilumino el rostro y resumió su alegría con una sola palabra:
-Veo.
El cirujano quiso precisar que tanto veía y ella barrio el cuarto con su mirada nueva y enumero cada cosa con una precisión admirable. El medico se quedo sin aire, pues solo yo sabia que las cosas que enumero la abuela no eran las que tenia en frente en el cuarto del hospital, sino las de su dormitorio en Aracataca, que recordaba de memoria y en su orden. Nunca más recobró la vista.Mis padres insistieron en que pasara las vacaciones con ellos en Sucre y que llevara conmigo a mi abuela. Mucho mas envejecida de lo que mandaba la edad, y con la mente a la deriva, se le había afinado la belleza de la voz y cantaba mas y con mayor inspiración que nunca.
Mi madre cuidó de que la mantuvieran limpia y arreglada, como a una muñeca enorme. Era evidente que se daba cuenta del mundo, pero lo refería al pasado. Sobre todo los programas de radio, que despertaban en ella un interés infantil. Reconocía las voces de los distintos locutores a quienes identificaba como amigos de su juventud en Riohacha, porque nunca entró un radio en su casa de Aracataca. Contradecía o criticaba algunos comentarios de los locutores, discutía con ellos los temas mas variados o les reprochaba cualquier error gramatical como si estuvieran en carne y hueso junto a su cama, y se negaba a que la cambiaran de ropa mientras no se despidieran. Entonces les correspondía con su buena educación intacta:
-Tenga usted muy buenas noches, señor.
Gabriel García Márquez


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